El 1 de octubre el artista callejero Banksy anunció en su web su nuevo proyecto en Nueva York: “Better in than out”. Pocas horas después se localizó un grafiti en el Lower East Side que mostraba a dos niños, uno subido en encima del otro, que trataban de alcanzar el bote de spray de un cartel municipal que alertaba de que el grafiti es un delito. Posteriormente apareció un camión cuyo interior fue reconvertido en un jardín; otro que recorrió varias calles con animales de peluche como si fueran al matadero; un esqueleto conduciendo un coche de choque o una esfinge de escombro. Las distintas acciones que Banksy ha llevado a cabo durante un mes han logrado algo muy difícil: captar la atención de los habitantes de la gran manzana.
Mientras se debatía sobre si las pintadas que iban surgiendo debían ser destruidas o conservadas, Banksy retocó un cuadro de la tienda benéfica Housing Works haciendo un guiño a la autora Hannah Arendt. Con el título “La banalidad de la banalidad del mal”, el artista clandestino incorporó a un nazi de espaldas admirando el paisaje. Más tarde, devolvió la obra a Housing Works y allí lo subastaron por más de 600.000 dólares.
Sin duda, una de mis acciones favoritas durante la estancia de Banksy (artista callejero que sigo desde hace años) fue la venta de 100 piezas originales en un puesto de Central Park por el precio de 60 dólares. Se prevé que la obra del artista inglés alcanzará la suma de más de 150.000 dólares en un subasta este año.



